A ritmo lento
Después de arrasar en el mundo de la gastronomía, el “movimiento slow” gana presencia en una diversidad de sectores, desde la moda hasta la medicina y la fabricación, con resultados sorprendentes en términos de productividad.
El ritmo de la vida nunca ha sido tan frenético. A través de nuestros teléfonos inteligentes, estamos conectados continuamente con la oficina; miramos el correo apenas despertamos y es lo último que hacemos antes de acostarnos. Trabajamos más horas que nunca, muchas veces hasta avanzadas horas de la noche. Cruzamos continentes en avión para asistir a una reunión y nos esforzamos por ser más rápidos y más eficientes a la vez que nos bombardea un flujo incesante de información.
Una velocidad humana
La filosofía en la que se basa el movimiento slow pretende animar a las personas a vivir, comer y trabajar a un ritmo más humano, en vez de intentar hacer todo más deprisa y exponernos al agotamiento.
¿Qué pasaría si, en vez de ir cada vez más deprisa, disminuyéramos la velocidad y saboreáramos la vida? Esa es la filosofía que ha dado pie al movimiento slow, un replanteamiento radical del ritmo de la vida humana que está ganando cada vez más adeptos en todo el mundo. En vez de intentar hacerlo todo más deprisa –y exponernos al agotamiento como posible resultado–, sus defensores abogan por vivir, comer y trabajar a un ritmo más humano.
El movimiento slow no es una apología de la pereza o la lentitud. Es una cuestión de lógica y equilibrio, de dominio del tiempo, organización y responsabilidad.
Pierre Moniz Barreto
“La gente empieza a darse cuenta de que no somos ratas y que la vida no es una carrera”, dice Geir Berthelsen, fundador del World Institute of Slowness y defensor acérrimo del movimiento slow. “Necesitamos un cambio completo de mentalidad; debemos abandonar la percepción tradicional del éxito y del estatus, que deja en un segundo plano valores como la salud, las relaciones humanas y el medioambiente”.
Berthelsen, al igual que muchos integrantes del movimiento slow, considera que la Revolución Industrial marcó un punto de inflexión clave en nuestro concepto del tiempo. La implantación de máquinas cada vez más sofisticadas permitió producir bienes a un ritmo que, hasta entonces, era inimaginable. Las mejoras en las redes de distribución ayudaron a crear una cultura corporativa en la que el éxito empresarial se medía en función de quién entregaba más rápido al cliente. Se prestaba poca atención a su impacto sobre la calidad de la vida humana.
Medicina slow
La medicina slow es un concepto en el que los médicos procuran comprender mejor a los pacientes; les dedican tiempo y los escuchan, en vez de simplemente escribir una receta.
Berthelsen explica que los orígenes del movimiento slow moderno se remontan a la década del ochenta en Italia, cuando el periodista italiano Carlo Petrini encabezó una campaña contra la apertura de un McDonald’s cerca de la Escalinata de la Plaza de España, en Roma. Petrini cuestionó exactamente por qué el mundo necesitaba comida rápida y, más adelante, publicó un manifiesto que animaba a sus seguidores a consumir alimentos nutritivos y de proximidad. La idea fue secundada por amantes de la comida en todo el planeta y así nació el movimiento slow food.
En las décadas posteriores, dice Berthelsen, este cuestionamiento de la necesidad de velocidad se ha extendido a muchas otras disciplinas y aspectos de la vida. Cittaslow, por ejemplo, es una organización global que pretende crear ciudades slow que ofrezcan a sus habitantes una vida más agradable.
“La arquitectura slow pretende diseñar ciudades que maximicen los valores humanos”, dice Berthelsen. “En la medicina slow, los médicos procuran comprender mejor a sus pacientes; les dedican tiempo y los escuchan, en vez de simplemente escribir una receta”.
Un enfoque slow ofrece beneficios claros y tangibles a las personas, explica Berthelsen, que incluyen menos estrés, más tiempo para disfrutar de la vida, una mayor sensación de bienestar y menos casos de agotamiento.
El movimiento slow food
Los orígenes del movimiento slow moderno se remontan a la década del ochenta en Italia, cuando el periodista italiano Carlo Petrini encabezó una campaña contra la apertura de un McDonald’s en Roma.
Más adelante, Petrini publicó un manifiesto que animaba a sus seguidores a consumir alimentos nutritivos y de proximidad. La idea fue secundada por amantes de la comida en todo el planeta y así nació el movimiento slow food.
Pero, aunque beneficie a las personas, ir más lento, ¿ será perjudicial para la productividad y los negocios en general? No necesariamente. Lo afirma Pierre Moniz Barreto, autor del libro Slow Business, un estudio del impacto del movimiento slow sobre el mundo corporativo que se publicó en 2015.
Aproximadamente desde el año 2000, continúa Moniz Barreto, un número creciente de empresas a nivel global están reevaluando las estructuras tradicionales del trabajo. Algunas de las que han acortado la semana laboral e intentado hacer menos estresante la actividad laboral se han visto recompensadas con empleados más eficientes y más productivos.
“El movimiento slow no es una apología de la pereza o la lentitud”, insiste. “Es una cuestión de lógica y equilibrio, de dominio del tiempo, organización y responsabilidad”.
Moniz Barreto señala a Jason Fried, cofundador de Basecamp, una empresa global de mucho éxito que comercializa herramientas para la gestión de proyectos, como ejemplo supremo de una persona que ha sabido enfocar el trabajo desde una perspectiva slow. “Fried escribió que, cuando se fundó la empresa, trabajaba entre 10 y 40 horas por semana”, explica Moniz Barreto. “Creía que no era necesario trabajar más horas y animaba a su equipo a hacer lo mismo: ‘Cuando has acabado, déjalo estar; no hagas trabajo de más. No me gustan los adictos al trabajo porque hacen más mal que bien’”.
“Es una filosofía que también se encuentra en la fabricación”, dice Moniz Barreto. “Hace poco, entrevisté a Anne-Sophie Panseri, directora ejecutiva de Maviflex, un fabricante importante de puertas industriales automáticas y manuales, con sede en Lyon. Ha empezado a introducir algunas técnicas e iniciativas slow destinadas a evitar el trabajo en exceso y que pueden aplicarse en diversas industrias”.
Otro gran ejemplo, continúa Moniz Barreto, es el escalador estadounidense Yvon Chouinard, creador de la marca de indumentaria Patagonia, que aplica políticas de recursos humanos slow. La empresa rechaza el concepto de la moda de usar y tirar, y ofrece a los clientes prendas duraderas obtenidas de fuentes sostenibles.
Otra defensora de la moda slow es Celine Semaan, fundadora de la empresa Slow Factory con sede en Brooklyn, que confecciona pañuelos de seda estampados con imágenes llamativas tomadas por los satélites y telescopios de la NASA. Semaan explica que la empresa, que creó hace cuatro años, se niega a seguir la política de las grandes cadenas de indumentaria, que producen prendas baratas que se usarán durante poco tiempo y luego se desecharán. En cambio, sus prendas, confeccionadas en Italia, están diseñadas para trascender las modas de cada temporada y podrán usarse durante muchos años.
“Con la moda convencional, la gente trabaja en talleres clandestinos 18 horas al día, siete días a la semana”, dice. “Están cansados y tienen los brazos contracturados. Hay abusos de derechos humanos. Y las prendas duran unos pocos lavados, como mucho. Queremos fabricar prendas que destilen artesanía, dominio del oficio, con técnicas tradicionales que garanticen su durabilidad”.
¿Qué nos deparará el futuro? Visto el terreno que ha ganado el movimiento slow en los últimos años, Geir Berthelsen vaticina que seguirá ganando adeptos. “Está creciendo; de eso no hay duda”, concluye. “Y creo que seguirá creciendo hasta que recuperemos el equilibrio en la vida”.
Sitios web:
www.theworldinstituteofslowness.com
www.pierremonizbarreto.wixsite.com/slowbusiness
www.slowfactory.com