Volar sin contaminar
La industria aeronáutica se enfrenta a impuestos sobre sus emisiones, así como a presiones crecientes de las redes sociales y de clientes que tienen cada vez más conciencia sobre su impacto medioambiental. ¿Ha llegado la hora de encaminar el futuro de la aviación hacia el avión eléctrico?
El sueño de la aviación eléctrica
Alice es el último producto de un sueño aeroespacial eléctrico que se remonta a principios de la década del setenta, cuando el pionero austríaco de la aviación, Heino Brditschka, con solo 23 años, hizo el primer vuelo documentado del mundo en un avión eléctrico. Esta proeza revolucionaria se realizó el 21 de octubre de 1973, el mismo mes en que estalló la crisis del petróleo.
Alimentado por una batería que pesaba 60 kilogramos, el avión solo voló (o, mejor dicho, planeó) durante unos 10 minutos. Sin embargo, la experiencia despertó alguna pequeña esperanza de que el logro de Brditschka pudiera marcar un punto de inflexión en la tecnología aeroespacial.
Casi 50 años después, se observan claros paralelismos con la situación de aquel entonces. Si a los problemas de estabilidad en el abastecimiento de combustible, las alzas en el precio del petróleo y las tensiones crecientes en Medio Oriente se suman los llamamientos a actuar contra el cambio climático, resulta evidente que existen argumentos sólidos para impulsar el desarrollo de los aviones eléctricos.
Las baterías plantean nuevos obstáculos
Al igual que Eviation, la empresa Zunum Aero, con sede en Seattle, también tiene previsto lanzar un avión eléctrico de 12 asientos en 2022, y otro de 50 asientos en 2027, utilizando una tecnología similar para las baterías basada en iones de litio. Las baterías son una opción obvia para almacenar la energía necesaria para el vuelo; sin embargo, antes de que pueda generalizarse el uso de los aviones eléctricos, primero hay que superar nuevos obstáculos.
Las soluciones pueden obligar a cambiar el planteamiento de los vuelos comerciales y a utilizar nuevos aviones más pequeños con menos pasajeros, como Alice, para reducir las necesidades de energía. Probablemente habrá una fase intermedia de aviones híbridos, como ha pasado ya en la industria automotriz, que combinan combustible como reserva y baterías; de hecho, la empresa francesa Airbus prevé lanzar un avión híbrido comercial propio de 100 asientos para 2030.
Un incentivo clave para las inversiones
Los aviones eléctricos ofrecen beneficios adicionales. Al ser más silenciosos, podrían beneficiarse de un horario más amplio para los despegues y aterrizajes. También podrían utilizar rutas nuevas, actualmente no factibles por motivos de ruido. Al ser más pequeños y más ligeros, podrían utilizar pistas de despegue más cortas. Ambos factores podrían abaratar el precio de los pasajes, un incentivo clave para invertir en la tecnología nueva.
Heathrow, el aeropuerto más importante del Reino Unido, ya está mirando al futuro y espera acoger el primer avión eléctrico para 2030, con la promesa de eximirlo del pago de tasas de aterrizaje durante el primer año. El gobierno noruego se ha comprometido a utilizar aviones eléctricos en todos los vuelos internos de corto recorrido para 2040. Para ello, aprovechará la infraestructura existente de aeropuertos más pequeños y más remotos, con rutas cortas que buscan pasos por la orografía del país.
Actualmente hay más de 100 proyectos en marcha en todo el mundo para desarrollar aviones eléctricos. El lanzamiento de Alice este año es un paso más en esta dirección. Las próximas décadas podrían suponer una nueva era en la aviación, con aviones más silenciosos y menos contaminantes, y vuelos más baratos y más accesibles.