¿A qué precio?
El debate sobre los recursos naturales del planeta ha dado un giro espectacular en los últimos años: ya no es una cuestión de escasez, sino de coste.
En otoño de 2012, a punto de iniciar su curso sobre ciencias medioambientales, el catedrático Stephen Porder tiró a la papelera su conferencia introductoria del año anterior. “Los fundamentos conocidos están cambiando”, dice Porder, que imparte clases en la Universidad de Brown, en EE. UU. “Y este tipo de cambio en los fundamentos no es nada habitual”.
Durante los dos últimos años, los científicos han aumentado radicalmente sus estimaciones de las reservas globales de petróleo y gas natural debido a nuevas tecnologías como la extracción de petróleo a partir de arenas bituminosas y la fracturación hidráulica para el gas natural.
Reconocidos expertos predijeron que el mundo alcanzaría el nivel máximo de producción petrolera entre el año 2000 y el 2020. “Hoy no estamos tan seguros”, dice Porder. La pregunta clave ya no es cuánto combustible fósil queda, comenta, sino “¿cuánto estamos dispuestos a pagar para extraerlo?”.
Y eso lleva a una segunda pregunta: “¿Cuánto calor estamos dispuestos a soportar?”. Desde el comienzo de la Revolución Industrial, la combustión de combustibles fósiles ha aumentado un 30% las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera.
Hasta hace poco, los responsables políticos centraban sus esfuerzos en predecir cuándo se agotarían los recursos clave del mundo, como el petróleo, la madera, el oro, el neodimio (utilizado, por ejemplo, en los auriculares del iPhone), o el litio (utilizado en las baterías recargables). Ahora, dice Porder, la tecnología está complicando el concepto tradicional de la escasez. “Nos preocupa que la escasez pueda llevarnos por un camino cada vez más destructivo, a medida que encontramos nuevas formas de extraer recursos menos accesibles”. Al mismo tiempo, dice, la escasez puede tener consecuencias devastadoras para las poblaciones vulnerables, que carecen de recursos básicos como combustible fósil y fertilizante.
Manish Bapna, del World Resources Institute, coincide con el análisis de Porder. “Los avances tecnológicos nos permitirán extraer más, pero muchas veces ello comportará un coste en forma de impactos medioambientales importantes”. Bapna es vicepresidente ejecutivo del instituto, una organización global sin ánimo de lucro con sede en Washington, D.C., que pretende proteger el medio ambiente a la vez que mejorar el nivel de vida de las personas.
Además, dice Bapna, alrededor del mundo, los países descubren recursos que prometen grandes riquezas —Mongolia ha descubierto recientemente oro y cobre, se ha encontrado petróleo en Afganistán, y Bolivia tiene minas de litio–, pero la explotación de recursos naturales pocas veces trae la prosperidad deseada a la población, básicamente por ineficiencias de gobierno. “Lo llamamos ‘la maldición de los recursos naturales’“, dice Bapna. “Los países que descubren recursos valiosos suelen ser ineficaces para reducir la pobreza y mejorar el nivel de vida”.
Otro reto en el campo de los recursos naturales es conciliar los deseos personales y nacionales con las prioridades globales. “El 60% de la deforestación global tiene lugar en Brasil e Indonesia”, dice Bapna. Favoreciendo los intereses de la industria agroalimentaria, se sigue talando la selva de estos dos países para plantar cultivos comerciales que ofrecen una buena rentabilidad económica pero que aceleran el cambio climático global.
Reducir la deforestación suele ser más eficaz y más rentable que implantar energías limpias. Pero aunque se han probado incentivos económicos en zonas rurales de Brasil e Indonesia, Bapna afirma que “todavía no se ha conseguido que el sistema funcione a gran escala”, aunque es cierto que Brasil ha reducido significativamente el ritmo de deforestación durante los cinco últimos años.
Al repasar la geopolítica de los recursos naturales, Porder está atento a Marruecos por su rol clave en la producción de fertilizantes. Si en el año 2050 la población mundial llega a los 10.000 millones de personas, y esas personas tienen más poder adquisitivo y comen más carne, la producción de alimentos tendrá que incrementarse un 70% respecto a los niveles actuales. “Aumentar la superficie de tierra cultivada ya no es una opción; sólo quedan desiertos y selvas”, dice Porder. “Y nadie quiere talar más bosques”.
Entonces, ¿qué nos queda? En realidad, la única opción parece ser hacer un uso más intensivo de la tierra cultivada existente y, para ello, se necesitarán cantidades ingentes de fertilizante, cuyos dos componentes básicos son el nitrógeno y el fósforo. De hecho, dice Porder, “se podría argumentar que la sociedad humana moderna se fundamenta en la manipulación de tres ciclos: los del carbono, nitrógeno y fósforo”. El nitrógeno no plantea grandes problemas. “Podemos extraer todo el nitrógeno que necesitamos del aire”, dice Porder. “Básicamente, es infinito”.
Sin embargo, el fósforo sí parece ser un recurso limitado. Más de la mitad de los depósitos mundiales se concentran en un solo país: Marruecos. En un planeta hambriento y sobrepoblado, ¿valdrá el fósforo marroquí más que su peso en oro? ¿O llegará una tecnología nueva que cambiará nuestra perspectiva una vez más?
El tiempo lo dirá. Y quizás Porder tenga que tirar más de una vez sus conferencias a la papelera antes de conocer las respuestas a estas preguntas.