Atrapar el viento
Nadie sabe exactamente cuándo ni cómo, pero hace miles de años, el hombre aprendió a utilizar el viento para desplazarse sobre el agua. Quizás a algún inventor prehistórico, mirando una hoja empujada por el viento, se le ocurrió añadir una vela a una balsa primitiva.
Nadie sabe exactamente cuándo ni cómo, pero hace miles de años, el hombre aprendió a utilizar el viento para desplazarse sobre el agua. Quizás a algún inventor prehistórico, mirando una hoja empujada por el viento, se le ocurrió añadir una vela a una balsa primitiva.
Las imágenes más antiguas de embarcaciones de vela tal vez sean las de unas vasijas egipcias de 3.000 años a.C. El Nilo era ideal para el desarrollo de la navegación. Los egipcios de aquella época tenían acceso al papiro para construir sus balsas con las puntas curvadas hacia arriba. Y los vientos, casi siempre del norte, facilitaban la navegación río arriba del Nilo, en aquel tiempo la ruta comercial más importante.
La nave más antigua del mundo que todavía se conserva está hecha de cedro. Fue construida en el año 2.650 a. C. para el faraón Keops.
Hoy, los aficionados a la vela siguen aprovechando la fuerza del viento pero su equipamiento ya no está hecho de papiro o cedro sino de materiales y tecnologías de la era espacial.
Un buen ejemplo de soluciones de alta tecnología es el nuevo anemómetro de Raymarine. Sus especificaciones de diseño exigían una disminución del punto de medición de la velocidad del viento, mejor protección para los rodamientos de los efectos del agua de mar y una vida útil más larga. También debía tener dos husillos para medir tanto la velocidad como la dirección del viento.
Tras un intenso trabajo de análisis y desarrollo, SKF pudo ofrecer una unidad compuesta por dos rodamientos rígidos de bolas de acero inoxidable con una placa de protección, un eje, muelles y con un soporte de plástico de dos piezas con un cierre por resorte. Se utilizaron rodamientos con placa de protección en vez de obturaciones separadas porque éstas aumentaban la fricción en el eje. Para impedir la entrada de agua, se utilizó una obturación de laberinto.
El producto final cumple todas las necesidades funcionales y demuestra que hoy, como hace 5.000 años, el ingenio humano trabaja para ayudar a los navegantes en sus travesías.