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Deuda la espada de Damocles

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Tras la reciente recesión global, muchos países luchan por reducir su nivel de deuda debilitante. Ha llegado la hora de devolver lo prestado.

Una entrada reciente de la revista Forbes en Facebook comentaba que se estaba reduciendo el tamaño del papel higiénico para permitir a los fabricantes reducir la cantidad sin bajar el precio.

Después de todo, en una economía global débil, es más fácil ofrecer menos de un producto por el mismo precio que subir precios. Dar menos por el mismo precio constituye una subida de precio que no ahuyentará al consumidor. Tampoco es detectado por los mecanismos de rastreo de la inflación que utiliza cada país, ya que el precio no cambia.

Pero, ¿qué tiene que ver tener menos papel higiénico con la crisis global de la deuda que ha llevado a países como Islandia, Grecia, Letonia, Irlanda, Dubai o Ucrania a una situación de cesación de pagos –o casi– de su deuda soberana?

En la increíble complejidad de las interacciones entre tipos de interés, divisas, inflación y mecanismos de pago en las que se apoya la economía mundial, la deuda es como el lastre de un barco. Controla la estabilidad y promete no sólo un viaje más suave sino también más rápido. Las carreteras se construyen con deuda. Los coches y las casas se compran con deuda. Entonces, por lo general, la deuda es buena.

Sin embargo, cuando la deuda de un país ha crecido hasta tal punto que supera su producción global (o la relación entre deuda y producto interior bruto es superior al 100 por ciento) o cuando la deuda de un individuo es más de lo que puede devolver, el país o el individuo se vuelve insolvente. Hay que encontrar formas de gastar menos o ganar más. Así, la espada de la deuda excesiva amenaza con reducir el crecimiento, lo que significa menos empleo y una caída del nivel de vida para todos. En otras palabras, un nivel alto de deuda frena el crecimiento.

Es un dilema que no sólo incumbe a los bancos centrales. Las autoridades políticas que controlan el gasto también deben tomar decisiones difíciles respecto a qué prestaciones recortar o eliminar para todos los miembros de la sociedad, desde los pobres hasta los militares.

Por lo tanto, para sobrevivir, que hoy por hoy es lo que está intentando hacer la mayor parte del mundo occidental, hay que encontrar una combinación aceptable de recortes de gastos y subidas de impuestos que pueda restablecer el crecimiento económico. El crecimiento es la píldora mágica.

Ésta era la fórmula estudiada por el comité bipartito formado a finales de 2010 por el Presidente Obama para reducir la deuda, a pesar de las críticas lanzadas tanto por republicanos como demócratas. Es el principio de un proceso político que se desarrollará sin tregua hasta las elecciones presidenciales de 2012.

Según el reloj de la deuda de la revista The Economist, la deuda global asciende a unos 10.000 dólares por cada habitante del planeta.

En Estados Unidos, la deuda nacional se estima en unos 14 billones de dólares, que se proyecta sobre una pantalla en Times Square, en Nueva York. Con un PIB de 14,6 billones de dólares, la relación entre deuda y PIB de los Estados Unidos se sitúa en torno al 96 por ciento. En el punto álgido de la crisis griega de la deuda, en mayo/junio de 2010, la relación fue del 133 por ciento.

En noviembre de 2010, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos y probablemente el economista más poderoso del mundo, anunció un paquete de estímulo de 600.000 millones de dólares para comprar más bonos del Tesoro estadounidense.

«Unas condiciones financieras más expansivas favorecerán el crecimiento económico», escribió Bernanke en el Washington Post cuando se promulgó el paquete de estímulo. «Si sube la cotización de las acciones, aumentará la riqueza de los consumidores y ayudará a mejorar la confianza, lo que, a su vez, puede aumentar el consumo. Un mayor consumo subirá rentas y beneficios, los cuales, en un círculo virtuoso, apoyarán la expansión económica».

Básicamente, lo que está haciendo la Reserva Federal es imprimir más dinero para que los bancos que han sido rescatados puedan prestar más dinero. Su objetivo es dinamizar la economía, reduciendo las tasas de interés a largo plazo y fomentando el crédito y el consumo.

«Lo más importante que puede hacer Estados Unidos por la economía mundial es crecer», dijo Obama a Associated Press durante la cumbre del G20 (grupo de veinte ministros de economía y gobernadores de bancos centrales), celebrada en Seúl, Corea del Sur, en noviembre de 2010.

A medida que entren más dólares en el sistema financiero, bajará su valor. Así, los productos estadounidenses serán más baratos pero los productos importados desde el extranjero también serán más caros en los Estados Unidos.

Evidentemente, la decisión de la Reserva Federal ha irritado a muchos gobiernos extranjeros que, históricamente, han mantenido sus reservas de divisas en dólares. Con más dólares en el mercado, estas reservas automáticamente perderán poder adquisitivo.

«Es el tipo de comportamiento que puede desencadenar una guerra comercial», dice Rocky Vega, redactor del The Daily Reckoning, un boletín distribuido por Internet con más de 500.000 suscriptores y publicado por Agora Financial, una empresa de investigación financiera con sede en Baltimore.

«Quizás la Reserva Federal cree que los compradores norteamericanos no se darán cuenta que están pagando lo mismo por menos», escribe.

Como el papel higiénico.

«Y, a nivel internacional, la Reserva Federal intenta hacer algo similar», continúa Vega. «Inunda el mundo con dólares para que las exportaciones estadounidenses parezcan más baratas en el extranjero y la ingente deuda del país parezca más pequeña sin que esencialmente cambie nada en la economía estadounidense. Lo único que se ha hecho es manipular el dólar».

Eso explica por qué el oro nunca ha perdido su atractivo. Mientras el dólar ha ido perdiendo fuerza como valor de refugio, el metal amarillo, que se podía comprar por 35 dólares la onza en los años 60, hoy vale unos 1.200 dólares la onza.

Los políticos intentan demostrar que tienen la voluntad de frenar el crecimiento de la deuda, aunque quizás no sean capaces de reducirla. Hablan de combinaciones de políticas que incluyen recortes del gasto y subidas de impuestos.

Francia ya ha incrementado la edad de jubilación en dos años para reducir el gasto público y sanear unas reservas de la seguridad social que ya están muy presionadas.

Por lo tanto, la deuda es buena y mala a la vez. Según el reloj de la deuda global de The Economist, los mayores ritmos de acumulación de deuda se dan en Norteamérica, Europa y Australia. Y los segundos siguen pasando.